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Una mexicana en Alemania, culminación de un sueño

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Columna «En la búsqueda»

Por: Ariadna González

La idea de cruzar el charco y llegar al otro lado del mundo parece tan lejana, casi imposible para muchas personas. Crecí escuchando a los adultos decir que ir a Europa era muy costoso, que era solo para gente rica. ¿Cómo es que lo he logrado entonces? Permíteme compartirte mi experiencia.

Henry Ford dijo: “Tanto si crees que puedes hacerlo como si no, en los dos casos tienes razón”. Y yo he optado por pensar que sí puedo lograrlo. Y si yo lo hice, tú también puedes. No se trataba exclusivamente del tema monetario, sino de la disponibilidad de tiempo.

Soy Godínez en este país. No hay manera en que pueda tomarme tres semanas libres, así que tuve que renunciar. ¿Da miedo? Por supuesto. Pero el que no arriesga no gana y no estaba dispuesta a perder más tiempo posponiendo mis sueños.

Decidí pasar mi cumpleaños en Alemania, así que compré mis vuelos para unirme al viaje de mi tía y presenté mi renuncia. Para mi sorpresa, me autorizaron un permiso especial para que pudiera irme a Europa y regresar con trabajo. Esa ha sido la sorpresa más grande que he recibido. Es insólito, pero me sucedió. El miedo puede paralizarnos, pero también puede empujarnos a avanzar, y a mí me gusta que me motiva.

Llegué a Alemania con mucha emoción y mucha ilusión. No hablo alemán, pero supuse que con el inglés y mi natal español podría comunicarme con facilidad. Gratamente, resultó cierto. Un dato curioso es que si le preguntaba a algún local si hablaba inglés, tartamudeaba y contestaba que no, por lo que cambié mi táctica y directamente empecé a hablarle a la gente en inglés y vaya que funcionó.

Mi viaje se enfocó en la ciudad de Mannheim, al sur de Alemania, donde el clima es más agradable y más cálido que el resto del país. Ahí me subí por primera vez al tren, y a pesar de que no hay una persona que te pide el boleto al momento en que subes, si algún inspector pasa revisando y no lo traes, vaya que te multa y no le ganas la discusión. Me tocó presenciar un caso así y aunque no entendía la discusión que procedió por ser en alemán, me quedó claro que tenía que ser honesta con el pago de mi pasaje.

¿Cuál fue el primer reto al que me enfrenté al llegar al país? Definitivamente el cambio de hora. En Alemania son nueve horas más que en Tijuana, México, así que, contando las 12 horas de vuelo y el cambio de hora, pasé bastantes horas sin dormir. Para poder recuperarme y acomodarme al nuevo horario, me tomó unos tres días y solo hasta que me dormí de una hasta mediodía.

Una vez aclimatada, me di cuenta que comunicarme con la familia era un poco complicado, pues yo dormía cuando ellos estaban haciendo sus actividades cotidianas y viceversa, así que nunca cambié la hora de mi reloj analógico y les pedí que solo me llamaran durante sus mañanas.

Alemania resultó ser un lugar demasiado bello, con unas vistas espectaculares, principalmente en los Alpes. No dejo de pensar que todos deberíamos ver tan hermosos paisajes, los colores otoñales adornaban los bosques, los ríos y las montañas.

Mis cuatro ojos no daban crédito a lo que veían, era irreal, parecía que veía fotos de calendarios. Repetidamente me quedaba tan asombrada que preguntaba: “¿Dónde estamos?” No podía creer que yo estaba ahí. En una ocasión no pude más que llorar de lo impresionante que era lo que mis ojos contemplaban. Como olvidar mi primera vez en tren, en tren bala y en el metro (aunque eso sucedió en París), y los castillos, imponentes, enormes y con mucha historia.

Inolvidable mi experiencia en el Oktoberfest, que no solo es la fiesta popular más grande de Alemania, sino también una de las mayores del mundo. Había “tiendas” donde en su interior tenían mesas largas de madera para poder disfrutar de la música y mucha cerveza.

El ambiente era bastante alegre, los asistentes vestían los trajes típicos y se sentía el orgullo de pertenecer a tan representativo lugar, un alemán hasta me enseñó como sostener el tarro para verme más natural.

Por cierto, una bebida muy refrescante bastante común es una mezcla de soda con cerveza, llamada Ratler. Según muy buena, así que tuve que probarla para comprobarlo y sí, en efecto, es sabrosa y ligera. Otro dato curioso es que los alemanes no son tan bailadores como nosotros, de hecho, no bailan, así que una mexicana escandalosa, extrovertida y que le encanta bailar desentonaba bastante, pero siempre fue divertido.

Tengo muchas historias para compartir, muchas vivencias únicas y especiales, incluyendo varias diferencias culturales. Estoy muy agradecida porque la vida me permitió vivir esa experiencia y, sobre todo, porque me demostré que los imposibles solo son reales en la mente de quien lo cree así, porque ahora estoy más que convencida que podemos lograr todo lo que nos proponemos, aunque los demás nos tachen de soñar muy alto y se burlen.

Al final, no soy rica en dinero para haber ido a Europa, pero sin duda enriquecí mi vida y mi mente con este viaje. Encontré un hogar, conecté con personas increíbles y más aún, conecté conmigo misma. ¿Siguiente destino? Se sabrá.