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Las cabezas olmecas son mesoamericanas, no africanas, revela investigación

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El hallazgo fue anunciado tras estudios de ADN mitocondrial

Tras realizar estudios de ADN mitocondrial, un nuevo hallazgo del grupo de trabajo de la arqueóloga Ann Cyphers, académica del Instituto de Investigaciones Antropológicas (IIA), asegura que el origen de las cabezas colosales olmecas no es africano, como se rumora desde hace 150 años, sino mesoamericano.

El artículo fue compartido a través de la gaceta de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en el cual destacan los descubrimientos de la arqueóloga.

Descubridora en 1994 de la más reciente de las 17 cabezas olmecas conocidas hasta ahora, encontrada en el sitio arqueológico de San Lorenzo Tenochtitlan, en Veracruz, Cyphers y sus colaboradores han realizado modernos estudios de ADN mitocondrial que comprueban la identidad mesoamericana de aquella civilización, la más antigua de estas tierras.

Cyphers expuso que la tesis del origen africano data de 1869 y fue propuesta por José María Melgar y Serrano, quien reportó la primera cabeza colosal (llamada de Hueyapan) en lo que hoy es Tres Zapotes, en Veracruz.

“En aquel momento no se sabía de la existencia de la cultura olmeca y Melgar propuso que los rasgos de las esculturas correspondían a personajes de Etiopía, gente de raza negra, más que nada por las facciones del rostro. De ahí nació esa especulación y se formó una polémica que nos persigue en la arqueología olmeca”, dijo Cyphers.

Para la investigadora, las facciones anchas y achatadas de los rostros de las cabezas colosales se explican porque los grandes tronos de los gobernantes olmecas, que eran grandes prismas, fueron reciclados para hacer las esculturas.

“Para los olmecas reusar los tronos era importante porque era un símbolo del gobernante y porque se evitaban traer más roca de otras poblaciones, pero querían que la cabeza fuera lo más grande posible dentro de lo que era el trono. Entonces acomodaron el retrato del gobernante dentro de ese prisma (que era el trono) y el rostro se deformó un poco, para que quedara dentro del material que ya tenían, pues era simbólica la transformación del trono a dicho retrato, que era esta gran escultura de la cabeza.

“Eso aclara en gran medida porque están las facciones comprimidas, pues tenían que sacar un rostro de la pieza original del trono. Así se entiende, por ejemplo, la nariz y la boca ancha, pues ninguna cabeza tiene elementos salientes, todo está compacto, pegado y es parte del prisma”, detalló.

La experta apuntó que lo del origen africano y las migraciones transoceánicas está muy enraizado en el imaginario colectivo. “Ha sido muy difícil sacudirnos estas ideas”.

En excavaciones hechas durante años en los sitios olmecas y al estudiar científicamente diversas piezas de esa civilización, los arqueólogos universitarios no han encontrado artefactos africanos, lo que es una primera línea de investigación que descarta el origen en aquel continente.

La segunda línea viene de exámenes de ADN, que antes no se podían hacer porque no había entierros olmecas, pues los que hallaron se hicieron polvo. “Encontramos entierros olmecas en nuestros trabajos en San Lorenzo Tenochtitlan, y Enrique Villamar Becerril, colaborador de mi grupo, hizo el estudio del ADN mitocondrial”, abundó la universitaria.

Por su parte, el antropólogo físico Villamar precisó que se muestrearon dos entierros: uno en Loma del Zapote (de mil 200 antes de Cristo) y otro en San Lorenzo (de mil antes de Cristo). “De esos dos individuos se tomó muestra ósea de costilla y se sometió a un procedimiento para obtener su ADN mitocondrial, el linaje que da la madre a un individuo, porque es más factible recuperarlo de restos arqueológicos”.

Villamar obtuvo la clasificación de esa información genética, lo que se denomina el haplogrupo. “La diversidad genética del ADN mitocondrial se puede clasificar según las similitudes que hay en el ADN de varios individuos y ellos pueden compartir algunas mutaciones que los hacen diferentes a individuos de otras regiones del mundo”.

Esas distinciones permiten definir que un individuo pertenece a un grupo o a otro, y así el ADN mitocondrial se clasifica en haplogrupos. “Obtuvimos el haplogrupo de estos dos sujetos y supimos que pertenecen al haplogrupo A, uno de los más abundantes entre las poblaciones fundadoras e indígenas de América.

Si hubieran sido africanos, el haplogrupo sería el L, que es característico de las poblaciones de aquel continente”, mencionó. Si hubiera material genético africano en los olmecas, no solamente se vería en los entierros, sino también en poblaciones que impactarían genéticamente a las poblaciones posteriores, y el haplogrupo L (que aquí no se encontró) se hubiera conservado. “En 300 entierros mesoamericanos de distintas épocas no está el haplogrupo L”, señaló Cyphers.

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