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Cuando la soledad se vuelve recaída

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Columna 02: Desde el Anexo / Por Daniela Montalvo

Adolfo X trabajaba como guardia de seguridad. Doce horas de pie, observando, cuidando que nada pasara, mientras el reloj parecía avanzar con una lentitud cruel.

Entre un turno y otro, solo le quedaba tiempo para bañarse y dormir. Su vida era un ciclo mecánico: trabajo, casa, trabajo otra vez.

El problema no llegó mientras estaba ocupado. La rutina, por más agotadora que fuera, lo mantenía distraído. Fue en su primer descanso largo cuando la soledad le golpeó de lleno.

No había nadie esperándolo, nadie con quien compartir una comida, una charla o un simple silencio. El eco de su casa vacía era más fuerte que cualquier ruido en su trabajo.

Ese vacío empezó a pesar más que el cansancio. Era una soledad densa, que se colaba en cada rincón de su mente.

Al principio intentó llenarla con televisión, con comida, con dormir más horas. Pero nada calmaba esa sensación de estar de sobra en su propio mundo.

Una noche, la tentación volvió disfrazada de alivio. “Solo esta vez, para no sentir”, se dijo. Pero en ese instante, la soledad dejó de ser solo un sentimiento: se convirtió en la puerta que lo empujó de nuevo hacia la recaída.

En el anexo, Adolfo habla poco. Prefiere escuchar. A veces, en medio de una plática grupal, se le escapa una frase que queda resonando: “No fue la droga, fue la soledad”.

Y esa verdad incómoda nos recuerda que la batalla contra las adicciones no siempre empieza con la sustancia, sino con el silencio que deja la ausencia de afecto.

Porque a veces, lo que mata no es el veneno, sino el vacío.

“No juzgues lo que no entiendes; a veces, lo que tú llamas ‘vicio’, es en realidad una herida que aún no cierra.”

Soy Daniela Montalvo. Si esta historia te tocó o quieres compartir la tuya, puedes escribirme al 811 170 6390. Gracias por leerme. Nos vemos la próxima semana Desde el anexo.