Columna 01: Desde el Anexo / Por Daniela Montalvo
En México, más de 2.2 millones de personas presentan un consumo problemático de sustancias, según datos recientes de la Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco (ENCODAT). Sin embargo, detrás de estas cifras frías, hay historias que queman, que desgarran, y que —a veces— logran sanar.
Esta columna nace desde el corazón de un Centro de Rehabilitación, desde ese espacio duro y a la vez esperanzador, donde los adictos no solo buscan dejar una sustancia, sino encontrar un sentido a su vida.
Aún no sé bien cómo llegué hasta aquí. Mi mentora, Karmen García, una psicóloga brillante y admirable, me hizo varias advertencias antes de comenzar. Una de ellas fue: “Ubica bien la salida, si algo pasa, sal corriendo, deja todo, lo importante es que tú estés bien.”
Imaginé que me encontraría con personas violentas, incontrolables, quizá hasta peligrosas. A pesar de mi experiencia dando clases en el penal del Estado, lo confieso: sentí miedo.
Mi primera vez en el Centro atendimos a nueve hombres. Diferentes edades, diferentes historias… pero una misma herida abierta. Conforme los escuchaba, uno a uno, entendí algo que transformó mi visión: no eran monstruos.
Eran niños heridos, hombres rotos por años de abandono, bullying, abuso, dolor. Sus relatos eran tan fuertes, que por momentos pensé: “Si yo hubiera vivido lo que tú viviste, probablemente también hubiera buscado anestesiar el alma como tú lo hiciste.”
Había lágrimas en ojos endurecidos, temblores en voces que alguna vez fueron agresivas. Escuché relatos de violencia familiar, de madres ausentes, de padres alcohólicos, de infancias truncadas por la miseria y el desamor.
La adicción, entendí, no es el problema en sí: es el SÍNTOMA. Es el intento desesperado por escapar de un dolor que no se nombra, pero que se siente en cada célula del cuerpo.
Esa primera jornada me removió por dentro. Salí del Centro en silencio. Mi mente no podía dejar de repasar lo vivido. Mi corazón sabía que algo había cambiado. A partir de ese día, decidí que no solo quería ayudar… también quería contar. Contar lo que veo, lo que aprendo, lo que me conmueve.
Esta columna se llama Desde el anexo, pero bien podría llamarse Desde el alma. No será un texto clínico, sino humano. Quiero compartir historias reales, duras, necesarias. Quiero tender un puente entre quienes viven atrapados y quienes desde afuera no logran entenderlos. Quiero que esta columna sea mi diario emocional, y quizá, también, un pequeño rayo de conciencia.
Ayudar en el Centro de Rehabilitación me ha permitido entrar a un mundo que antes creía lejano. Hoy sé que la adicción no discrimina. Nos puede alcanzar a cualquiera. Pero también sé que sí se puede salir. Siempre se puede volver a empezar.
“No juzgues lo que no entiendes; a veces, lo que tú llamas ‘vicio’, es en realidad una herida que aún no cierra.”
Soy Daniela Montalvo. Si esta historia te tocó o quieres compartir la tuya, puedes escribirme al 811 170 6390.
Gracias por leerme.









































